La metodología de la investigación para la transformación social se distingue por un compromiso profundo y activo con la generación de cambios positivos y significativos en la sociedad. A diferencia de la investigación tradicional, que a menudo se centra en la comprensión teórica o la descripción de fenómenos, esta metodología prioriza la acción y la mejora tangible de las condiciones de vida de las personas y comunidades, especialmente aquellas en situaciones de vulnerabilidad.
Un principio fundamental es la participación activa de los actores sociales afectados por el problema investigado. Esto implica involucrarlos no solo como sujetos de estudio, sino como colaboradores esenciales en cada etapa del proceso, desde la definición inicial del problema hasta la implementación y evaluación de las soluciones propuestas. Se busca así crear un ambiente de colaboración horizontal, donde el conocimiento experto de los investigadores se complementa con la experiencia vivida de los participantes, enriqueciendo la comprensión del problema y aumentando la probabilidad de encontrar soluciones efectivas y sostenibles.
La reflexividad es otro pilar clave, que exige una autoevaluación constante del investigador sobre su rol, sus posibles sesgos y cómo su presencia puede influir en el proceso y los resultados de la investigación. Esta transparencia y honestidad intelectual son esenciales para garantizar la validez y la credibilidad de los hallazgos, así como para evitar la reproducción de dinámicas de poder desiguales entre el investigador y los participantes.
La orientación a la acción es lo que distingue fundamentalmente esta metodología. No se trata simplemente de generar conocimiento, sino de generar conocimiento útil para la toma de decisiones y la implementación de acciones concretas que contribuyan a la transformación social. Los resultados de la investigación deben traducirse en estrategias, políticas públicas o intervenciones sociales que tengan un impacto real en la vida de las personas, abordando las causas profundas de los problemas y promoviendo soluciones a largo plazo.
La justicia social es el horizonte ético que guía todo el proceso. La investigación se centra en identificar y abordar las desigualdades, la discriminación y la exclusión social, buscando empoderar a los grupos marginados y fortalecer su capacidad para defender sus derechos e intereses. Se busca generar conocimiento que sea relevante para la lucha contra la pobreza, la desigualdad de género, el racismo, la discriminación por orientación sexual y otras formas de injusticia social.
Para llevar a cabo esta investigación, se utilizan una variedad de métodos, como la investigación-acción participativa (IAP), que implica un ciclo continuo de reflexión, planificación, acción y evaluación en colaboración con los participantes; los estudios de caso, que analizan en profundidad situaciones específicas para comprender las dinámicas sociales complejas; la investigación cualitativa, que utiliza entrevistas, grupos focales y observación participante para comprender las perspectivas y experiencias de los participantes; y el análisis cuantitativo, que permite identificar patrones y tendencias en grandes conjuntos de datos.
Josefa Orfila