Archive for June, 2025

Como profesora, consultora y formadora de generaciones, me pregunto: ¿cómo incorporar la IA, sin que nuestros estudiantes dejen de lado su capacidad de raciocino, de pensamiento lógico y del interés por investigar y leer?, ¿Cómo podemos enseñarlos a pensar en una era donde las máquinas ya responden por nosotros?

La inteligencia artificial ha llegado a la educación para quedarse. No podemos ignorarla ni temerle. Pero tampoco podemos permitir que sustituya el proceso más valioso de la enseñanza: el desarrollo del pensamiento crítico, del análisis, de la capacidad de razonar y decidir con fundamento. Nuestra labor como docentes no se limita a transmitir contenidos, sino a acompañar a los estudiantes en la construcción de criterios, autonomía y sentido.

Veo con preocupación cómo muchos estudiantes comienzan a usar la IA como atajo, sin comprenderla, sin cuestionarla. Y aquí está el verdadero desafío: no se trata de prohibir la IA, sino de enseñar a utilizarla bien. Que sepan cómo funciona, qué sesgos puede contener, cuándo es útil y cuándo no. Que aprendan a distinguir entre una respuesta automática y un razonamiento propio.

La IA puede ser una gran aliada si sabemos incorporarla con propósito. Pero el protagonismo debe seguir siendo el humano. Nuestra tarea no es competir con los algoritmos, sino enseñar lo que ninguna máquina puede replicar: la empatía, la creatividad, la lectura crítica del mundo.

La UNESCO lo dice con claridad: la IA debe complementar, no reemplazar, el trabajo de los docentes ni el desarrollo cognitivo de los estudiantes. Por eso insisto: la educación debe poner en el centro no la herramienta, sino el pensamiento; no el resultado inmediato, sino el proceso de aprender, equivocarse, preguntar y volver a intentar.

Desde Asesórate, quiero invitar a mis colegas, docentes, investigadores y formadores a abrir este debate con valentía. Educar en la era de la IA exige más que adaptarse, exige decidir cómo la usamos, para qué y al servicio de qué valores.

 

Prof. Rita Amelii

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La historia de la humanidad es, en buena parte, la historia de sus migraciones. Sin embargo, en el mundo contemporáneo, el fenómeno migratorio ha sido progresivamente secuestrado por narrativas que lo simplifican, lo distorsionan y lo manipulan. En lugar de comprender sus causas profundas o asumir nuestra responsabilidad colectiva, se ha optado por el miedo, la criminalización y la exclusión.

Las migraciones han pasado de ser una manifestación del derecho a buscar una vida digna, a convertirse en un campo de batalla ideológico donde los Estados y sus gobiernos, muchos de ellos democráticos, despliegan discursos y políticas que erosionan los derechos fundamentales. Se habla de fronteras seguras, de amenazas demográficas o de culturas en riesgo, mientras se ignora que detrás de cada migrante hay una historia humana, un rostro, una dignidad.

En este contexto, las políticas migratorias restrictivas no solo son una respuesta ineficaz, sino profundamente injusta. Encarcelamientos, deportaciones arbitrarias, separación de familias: son prácticas que deslegitiman al derecho como garante de la justicia. Tal como lo señalamos en reiteradas oportunidades, las políticas migratorias que se apoyan en la lógica amigo-enemigo alimentan una espiral de intolerancia que termina justificando lo injustificable.

No se trata de negar que los Estados tienen derecho a regular el ingreso a sus territorios. Pero ese derecho no puede ejercerse al margen del principio superior de la dignidad humana. Ninguna política será legítima si despoja al migrante de su condición de sujeto de derechos.

Por ello, he sostenido que el fenómeno migratorio exige una mirada interdisciplinaria. No basta con el derecho, ni con la economía, ni con la sociología. Se requiere un marco ético que reconozca la complejidad de las migraciones y que, al mismo tiempo, asuma su tratamiento como un deber moral. Proponemos una filosofía de las migraciones que articule justicia social, respeto a la identidad cultural, pluralismo, y sentido de responsabilidad humana.

Este será también el enfoque que compartiré en webinar “Migraciones y Derechos: nuevas rutas para la justicia”, promovido por Asesórate, donde hablaremos de la urgencia de abrir caminos de diálogo, hospitalidad y compromiso. Es posible, sin duda, construir marcos normativos que reconozcan las legítimas preocupaciones de los países receptores, sin sacrificar la vida, los derechos y la dignidad de quienes migran.

Como dijera Juan Pablo II, las causas que hoy impulsan a millones a abandonar sus hogares no son una fatalidad: son un desafío ético a nuestra conciencia colectiva. Y frente a ese desafío, el silencio no es opción.

 

Dr. Tulio Álvarez

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No es posible recordarlo todo, tampoco olvidar por completo. Cada acto de recuerdo implica también un acto de olvido. Mientras esto sucede en el plano individual donde recordar es siempre una selección, consciente o no, también ocurre en el plano social. Así hablamos de memorias colectivas, como si los grupos humanos fueran capaces de recordar o de olvidar de manera unificada. Pero incluso quienes vivieron un mismo episodio, lado a lado, no lo recuerdan de forma idéntica. Sus memorias divergen, se fragmentan, se contradicen. Aun así, seguimos hablando de una “memoria social” como si fuera natural y homogénea, sin preguntarnos cómo funciona realmente.

El problema está en que tendemos a pensar la memoria social como una suma de memorias individuales. Pero esto no es así. La memoria social es moldeada. A menudo, inducida. El recuerdo colectivo no surge espontáneamente: es el resultado de múltiples operaciones de selección, repetición y silenciamiento. Estas operaciones no son neutras. Son ejercidas por instancias con poder: el Estado, los partidos, los sistemas escolares, las academias, los medios de comunicación, las religiones. Estos actores no solo nos proponen una versión del pasado: la instituyen. La convierten en oficial. Nos dicen qué debemos recordar y también y esto es fundamental qué debemos olvidar.

En el presente, estas dinámicas se intensifican. Con la digitalización masiva y la multiplicación de narrativas en redes sociales y medios globales, el control de las memorias ya no pasa únicamente por los textos escolares o las fechas patrias, sino por algoritmos, campañas comunicacionales, bots, etiquetas. Las memorias se viralizan o se desvanecen según decisiones estratégicas. El olvido se programa. La memoria se gestiona. En este contexto, la figura del historiador y de quien investiga el pasado se vuelve aún más vulnerable: su trabajo puede ser desmentido, manipulado o invisibilizado en segundos. La historia corre el riesgo de ser desplazada por la inmediatez del relato dominante.

Por eso es urgente estudiar las memorias sociales como construcciones que pueden ser manipuladas por el poder. Antes de hablar de “memoria colectiva”, debemos asegurarnos de que es lo que identifica a un determinado pueblo y preguntarnos: ¿quién recuerda?  ¿qué se está dejando fuera? ¿Hay manipulación posible en ese contexto y momento? Solo así podremos resistir a memorias prefabricadas y abrir paso a las memorias verdaderas y profundamente humanas.

 

Dr. Yara Altez

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