Social memories Who decides what we remember?

No es posible recordarlo todo, tampoco olvidar por completo. Cada acto de recuerdo implica también un acto de olvido. Mientras esto sucede en el plano individual donde recordar es siempre una selección, consciente o no, también ocurre en el plano social. Así hablamos de memorias colectivas, como si los grupos humanos fueran capaces de recordar o de olvidar de manera unificada. Pero incluso quienes vivieron un mismo episodio, lado a lado, no lo recuerdan de forma idéntica. Sus memorias divergen, se fragmentan, se contradicen. Aun así, seguimos hablando de una “memoria social” como si fuera natural y homogénea, sin preguntarnos cómo funciona realmente.

El problema está en que tendemos a pensar la memoria social como una suma de memorias individuales. Pero esto no es así. La memoria social es moldeada. A menudo, inducida. El recuerdo colectivo no surge espontáneamente: es el resultado de múltiples operaciones de selección, repetición y silenciamiento. Estas operaciones no son neutras. Son ejercidas por instancias con poder: el Estado, los partidos, los sistemas escolares, las academias, los medios de comunicación, las religiones. Estos actores no solo nos proponen una versión del pasado: la instituyen. La convierten en oficial. Nos dicen qué debemos recordar y también y esto es fundamental qué debemos olvidar.

En el presente, estas dinámicas se intensifican. Con la digitalización masiva y la multiplicación de narrativas en redes sociales y medios globales, el control de las memorias ya no pasa únicamente por los textos escolares o las fechas patrias, sino por algoritmos, campañas comunicacionales, bots, etiquetas. Las memorias se viralizan o se desvanecen según decisiones estratégicas. El olvido se programa. La memoria se gestiona. En este contexto, la figura del historiador y de quien investiga el pasado se vuelve aún más vulnerable: su trabajo puede ser desmentido, manipulado o invisibilizado en segundos. La historia corre el riesgo de ser desplazada por la inmediatez del relato dominante.

Por eso es urgente estudiar las memorias sociales como construcciones que pueden ser manipuladas por el poder. Antes de hablar de “memoria colectiva”, debemos asegurarnos de que es lo que identifica a un determinado pueblo y preguntarnos: ¿quién recuerda?  ¿qué se está dejando fuera? ¿Hay manipulación posible en ese contexto y momento? Solo así podremos resistir a memorias prefabricadas y abrir paso a las memorias verdaderas y profundamente humanas.

 

Dr. Yara Altez